No, esos miedos que ahogan el
alma no son de Dios, siempre aprisionada
por esa sensación que aniquila, que
minimiza, que oprime el corazón con una fuerza que avasalla, que va dejando hecha
cachitos la voluntad más grande. Lejos
quedo el recuerdo de las horas felices, de los días en que el sol alegraba las
horas con sus rayos de vida, en que se respiraba el aire fresco y la paz era
reina y señora todavía. Y hacía un esfuerzo grande, claro que lo hacía…por
sacudir sus miedos, por liberar sus dichas reprimidas, por emprender el vuelo
hasta encontrar el horizonte aquel, en que quedaron muertas sus dulces lozanías,
las mañanas serenas, las noches estrelladas, las tibias tardes de arrullo y
armonía.
Después, después vino un gran giro en el incomprensible camino
de la vida, y la arrastro muy lejos el
vendaval del tiempo, hacia rutas que el polvo de los vientos desdibujaba,
borrando los colores y pintando
de gris el entorno en que ahora viviría.
Pero surgió ese día, una clara
mañana en que el sol alumbraba más intenso que nunca, que radiante y alegre
cobijaba, y a raudales su luz nos compartía, rodeada de esperanzas y de sueños
que aquél lugar tranquilo le brindara, así surgió ese día, uno de aquellos
rayos que de aquel ventanal se
desprendían dio de lleno en el alma y hoy comprende que todo tiene un sentido
en esta vía, que nos da, que nos quita, que si hoy lloramos, mañana sanarán
nuestras heridas, que todo pasa, hasta lo más amargo se borrará en el tiempo,
que solo queda aquello a lo que nosotros mismos, le demos importancia en
nuestras vidas.